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martes, agosto 08, 2006

La Ley de Educación Nacional: peligroso instrumento de la tiranía

La Ley de Educación Nacional: peligroso instrumento de la tiranía

Buenos Aires, 5 de julio de 2006

Por Antonio Caponnetto

El juego del debate

Se ha dado a conocer públicamente, a través de los funcionarios correspondientes y de los medios habituales, la decisión del Gobierno de promulgar una Ley de Educación Nacional. Es una iniciativa ya resuelta que tendrá, como el resto de las medidas oficialistas, el sello inconfundible de su perverso ideologismo.

Por si la aclaración se impusiera, nos anticipamos a declarar que fuimos particularmente críticos de la Ley Federal de Educación, publicando contra ella, hacia 1994, un opús* al que titulamos significativamente: Treinta razones por las cuales no se puede defender la Ley Federal de Educación como si fuera un gran logro. Fue aquella una de nuestras tantas disidencias en soledad contra la voz de la corriente, incluyendo la voz de los pastores, casi unánimemente volcada a reconocer los supuestos méritos de aquel engendro menemista. Y ya extremando los escrúpulos previsores, ni qué decir tiene que nada movió nunca nuestra defensa de la Ley 1420. Unas y otras expresiones legales, al igual que la que ahora se presenta, no son sino manifestaciones repudiables de la misma política educativa que destronó a Jesucristo de la enseñanza.


Pero ciñámosnos al documento base de la nueva ley, rubricado por Daniel Filmus, previa firma del mismo Kirchner, y secundado por otros tantos horteras del autodenominado Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología. Su difusión ha sido abundante -pues se pretende que la ciudadanía lo debata y hasta que se avenga a responder un cuestionario que le sirve de estrambote- y puede leérselo íntegro en el sitio www.edu.ar. Su título: Documento para el debate. Ley de Educación Nacional. Hacia una educación de calidad para una sociedad más justa.
La previsible pieza es una síntesis tosca de cuanto ya ha dado y puede dar el Régimen en materia educacional; esto es, una mixtura informe de todos los sofismas modernos, desde el constructivismo hasta el historicismo, pasando por el relativismo ético, el naturalismo y el sincretismo; aderezado el desdeñable conjunto por una desembozada cosmovisión materialista e inmanentista, que no quiere ocultar su servicio a la Revolución Marxista. No se trata de un escrito académico ni de porte científico, ni guarda siquiera la externa fisonomía del idioma castellano. Antes bien, remeda ese tipo de “sonido sin sintaxis, sin el más leve toque de la gracia”, del que hablara Pemán a propósito de cierta literatura roja. Manifiesto de la contranatura pedagógica deberíamos llamarlo, ante cuyo solo estilo brota decir con Don Quijote: “quien quiera gobernar ínsulas, que empiece por saber gramática”.

Nada justificaría entonces una referencia a este malhadado texto, si no fuera porque se exhibe como el fundamento capital de la nueva Ley, alrededor del cual quedan obligados a opinar los particulares o las instituciones educativas. Y si no fuera por la lamentable docilidad con la que, en torno a él y teniéndolo por lícito, las instituciones sedicentemente católicas se han dejado convocar al convite dialoguista, en vez de impugnarlo de cuajo, desenmascarando la fea catadura intelectual y moral de sus fautores. Y denunciando asimismo la sórdida maniobra que este falso debate encubre. Hieren la fe y la inteligencia las aportaciones católicas oficiales a este ficticio cuanto ilegítimo e inconducente debate. Hieren el honor y el decoro las declaraciones ambiguas, escurridizas, chabacanas, de tono futbolístico y ningún porte intelectual. Lastima el más elemental sentido de la hombría el constatar una vez más ,en los Obispos, la falta de coraje para llamar a los bautizados fieles a la batalla contra esta gavilla erpiano-montonera, que se enseñorea vilmente sobre la educación de nuestros hijos y compatriotas.

Porque esto es lo primero que debe saberse. Tras la parodia de la participación, del diálogo amplio y abierto, del libre juego del consenso y de la pluralidad de opiniones –entretenimiento nefasto con el que encandila a los cultores de la democracia, haciéndoles creer que son tomados en cuenta- la tiranía kirchnerista ya tiene decidida su política educativa, y no ha de variarla por mucho que se le demuestre su malignidad. Como no varió la designación de los miembros de la Suprema Corte una vez que el debate convocado al respecto probó el talante abortista de los candidatos, o su explícita militancia atea. Como no varía la política sanitaria en curso, aunque las opiniones más calificadas demuestren su lamentable inserción en la cultura de la muerte, dirigida desde los más altos centros del Imperialismo Internacional del Dinero. Porque es característica fatal de las tiranías, junto a la ruindad del tirano, su completo desapego por el cuidado del bien común.

El monopolio estatal

Todo lo sustantivo, necesario y esencial de una política educativa, queda omitido sino expresamente traicionado y desnaturalizado en este proyecto de ley. El concepto de naturaleza humana, la recta especificación de los fines educativos, la definición de la escuela, la misión del maestro, el sentido de la justicia, la noción de identidad nacional o la valoración de la libertad humana. Contrariamente, ninguna de las consignas contraculturales queda afuera; con el agravante de que el Estado se asigna todas las facultades a su alcance para controlar monopólicamente el éxito de su plan insurreccional.

Tal el papel que cumplen los llamados NAP, Núcleos de Aprendizajes Prioritarios, cuyo enunciado y orientación no sólo determina la autoridad estatal, sino que establece un sistema de evaluación bianual (2.1) de los mismos, para asegurarse que el alumnado no haya escapado a la uniformidad ideológica programada desde el Gobierno. Los NAP son “un piso común para todos”, “un nivel básico de homogeneidad nacional” (2.1), los ejes de una “educación universal obligatoria” (10,2), pudiendo el Estado para garantizarlos, (amén de “instalar evaluaciones bianuales”, como quedó dicho) apelar a su “capacidad de intervenir con políticas que garanticen la igualdad de los resultados educativos”(10,3). Este intervencionismo estatal llega al extremo de reservarse “el Consejo Federal de Cultura y Educación” la “posibilidad de declarar situaciones de ‘emergencia educativa’ que permitan ejecutar acciones de apoyo rápidas”, y obliguen a “proponer las acciones y las modalidades de ejecución que estima urgentes y necesarias” (10,3).

Un ejemplo permitirá comprender mejor la hondura del mal que aquí se enuncia. Uno de los NAP es “el reconocimiento de las principales características de las relaciones familiares y de parentesco” (cfr. Consejo Federal de Cultura y Educación, Núcleos de Aprendizajes Prioritarios, Ciencias Sociales, Buenos Aires, Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología, 2006, p.20). Pero el documento base, no sólo específica en dos oportunidades la vigencia de la teoría del género (cap. 1 y 2.1), sino que desde los niveles iniciales de la instrucción exige que se inculque esta siniestra premisa: “no hay un único tipo de familia, ni una que sea la mejor o la que todos deben tener, sino que hay muchísimos tipos de familia. No importa cómo sea o la forma que tenga: todas son familias” (cfr. Consejo Federal de Cultura y Educación, Familias con la escuela. Juntos para mejorar la educación, EGB Primaria, Primer Ciclo, Buenos Aires, Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología, p.19).

De modo que si el cuerpo docente de un colegio presenta como normal y deseable el modelo natural y cristiano de familia, sostenido en la unión ante Dios de uno con una y para siempre, el Estado puede declarar “zona de emergencia” a dicho establecimiento educativo, e intervenir para inculcar la noción de género, la licitud de las uniones contra natura o la de las adopciones filiales por parejas de depravados, o la del concubinato entre un “papa” y su mascota o una “mamá” y su fetiche favorito. Las evaluaciones bianuales determinarán después si los alumnos han incorporado o no este importante aspecto de los NAP. El despotismo del pensamiento único queda así plenamente asegurado.

La destrucción nacional

No es sólo una ley educativa lo que se propone el Gobierno, sino y mediante la misma, el hecho mayús* de “poner en discusión el modelo de país para las próximas décadas” (Introducción). Ese modelo no es el que brota de nuestros orígenes históricos, ni de nuestra tradición espiritual y cultural, ni de nuestro patrimonio heredado desde los días del Descubrimiento, sino el que imponen los poderes dominantes: el de “la sociedad del conocimiento, la ciencia y la tecnología”; el de la sociedad "que valore el pluralismo, la diferencia y la diversidad cultural, sin dar lugar a ningún tipo de discriminación por etnia, religión, origen o género”; el de la sociedad dócilmente ordenada a “ese nuevo modo de organización caracterizado por una fuerte tendencia a la globalización cultural”, con sus “procesos de globalización, de construcción de identidades supranacionales”.

Es patéticamente cierto, en consecuencia, lo que declara la Introducción de este documento base, que “la ley debe convertirse en un plan de acción efectivo, en una herramienta fundamental para la transformación d*”. Ya no se trataría de la Argentina sino de un país con un rotundo rechazo por su acervo hispanocatólico, pero con una identidad explícitamente caracterizada como latinoamericanista e indigenista. Tanto que, en adelante, habrá que “promover la plena participación de las lenguas y de las culturas indígenas en el proceso de enseñanza y aprendizaje”, para “que todos nuestros niños y jóvenes conozcan y valoren en profundidad el papel que desempeñaron los pueblos originarios de estas tierras en nuestra historia y el que desempeñan en la actualidad”. A lo que algún orate en materia lingüística agregó sin ruborizarse que “están probadas las ventajas pedagógicas de la utilización de las lenguas aborígenes como recursos de aprendizaje y de enseñanza en todas las áreas del currículum y particularmente en lo referente al aprendizaje del español” (2.5)

En consonancia con este modelo de país castrista, chavista o evomoralista, funcional a la estrategia gramsciana y satélite de la aldea global propuesta por el Nuevo Orden Internacional, la escuela deberá “recuperar lo mejor de la tradición y el espíritu de la Ley 1420 “(cap. 1); esto es, el laicismo integral de neto cuño masónico. Pero con el agregado que impone ahora la exacerbada cosmovisión mercantilista, materialista y relativista; lo que supone hacer de ella un espacio “con textos, manuales, computadoras, laboratorios para la enseñanza de las ciencias”(2.1), “acceso a Internet y televisión educativa”, “y teléfonos”(7), ya que “la gran función de la escuela será enseñar el oficio de aprender”(4). Entonces, “es necesario que la escuela también asuma que aprender es un trabajo” (cap.1),y se pueda cumplir cómodamente el gran objetivo anunciado de “educar para la productividad y el crecimiento”. ¿Se diferencia en algo este postulado del ideal marxista del homo faber? ¿Se diferencia en algo del laicismo reduccionista liberal? Es la misma trampa, la misma pringue, idéntica impostura. Verdad, Bien, Belleza, Virtud, Contemplación, Sabiduría, Dios, son realidades absolutamente ajenas a esta concepción de la escuela. Informática, Cibernética, Productividad, Rentabilidad, Praxis, Ateísmo, son sus caracteres dominantes.

La falsa formación integral

No vale la pena demorar mucho más el análisis, pues lo que urge es la impugnación del proyecto y la reacción firmísima frente al enfermizo despotismo que pretende imponerlo.

Digamos simplemente que, se tome el aspecto que se tome en esta documentación oficial, lo que aparece y abunda es una diversidad de idénticos o peores extravíos que los ya han sido señalados a modo de ejemplos. El fin de la educación es “la democracia”, centrada en el dogma del “respeto irrestricto por los derechos humanos”(cap.1); el alumno es “un sujeto de derechos”; el “cambio y la renovación permanente” son los nortes sagrados; la “identidad” es algo que se construye a gusto, a la carta; “la educación inicial es un derecho de los niños, no de los padres”(1,3); “la escuela no puede renunciar a mantener un diálogo con la televisión y a trabajar con sus contenidos realmente existentes” (9.1), y “la sociedad de la información” nos acogerá entonces, gozosa y triunfante. Con razón recordaba Benedicto XVI, en su primer viaje pontificio a Colonia, el 20 de agosto de 2005, que “la absolutización de lo que no es absoluto, sino relativo, se llama totalitarismo. No libera al hombre, sino que lo priva de su dignidad y lo esclaviza”.

Por eso, por el fondo de intrínseca perversión ideológica que inspira y sostiene esta iniciativa, nadie debe engañarse cuando se hace una fugaz referencia concesiva a la “formación integral” (2.3). Se sostiene textualmente que “la calidad educativa debe abarcar la integralidad del sujeto. Desde este punto de vista, es necesario que la formación básica y universal brinde las oportunidades educativas que fortalezcan todas las dimensiones de la personalidad: cultural, social, estética, ética y religiosa”. Mas el error no es sólo el de reducir la religión a una dimensión de la personalidad, en paridad con “la dimensión sanitaria, nutricional, etc”, sino el priorizar expresamente en esa formación integral –concebida como capas yuxtapuestas de dimensiones- “al desarrollo físico y a la práctica deportiva, dirigidos a promover mayores niveles de salud, y al desarrollo de hábitos de juego limpio, el cuidado de uno mismo y el trabajo en equipo “(2.3). Es evidente que en la jeraquía de valores que conforman esta supuesta formación integral, la prioridad o “la particular atención”, como se afirma, la tienen los valores sanitaristas e higiénicos, lógico corolario de una forma mentis naturalista y crasamente materialista.

La educación es la base de una sociedad más justa”, se repite con insistencia en este proyecto de ley. Es absolutamente al revés. Dios es justo(I.Jn.3,7), y rechazada su Autoridad y su Magisterio ninguna justicia humana será posible, ni en educación ni en ámbito alguno. No serán Filmus y sus secuaces -salidos todos ellos de las alcantarillas ateas y apátridas de la Flacso- los que habrán de trazarnos el camino para una educación nacional. Sólo el respeto por el Orden Natural y el amor al Orden Sobrenatural harán posible el milagro de restituírle a la patria el decoro educativo necesario. Sólo la Pedagogía del Verbo, el Magisterio inabolible e invicto de Jesucristo, que no nos llama al debate con los truhanes sino a la lucha por la victoria de Su Reino.
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